miércoles, 12 de mayo de 2010


Hay momentos en que el ojo se transforma en lente, en un zoom improvisado intentando captar la imagen en su máxima expresión, peleándose para retener ese instante y atesorarlo para siempre en un rincón de nuestra mente.

Hay momentos que cambian el curso de las cosas, palabras que modifican un desenlace,silencios que bifurcan los caminos, gestos que mutan las sensaciones.

¿Qué hubiera pasado si Celine no se hubiera tomado ese tren y se hubiera quedado con Jesse en "Antes del amanecer"? ¿ Cómo hubiera seguido la vida de Francesca y Robert Kincaid si ella se hubiera bajado del auto en ese semáforo para irse con él en "Los puentes de Madison"?

Nadie sabe, porque la vida cobró un nuevo sentido a partir de ahí, y lo que hicieron o dejaron de hacer propuso un nuevo destino.

Esos instantes en que sentimos que la vida nos atraviesa, en que pensamos que tal vez todo lo recorrido justificara llegar a ese momento, es lo que da sentido a cada una de nuestras lágrimas, a cada minuto de soledad, a cada punto suspensivo que se produce en la espera.

Esa charla que queremos que se prolongue para siempre
, ese abrazo que desearíamos que nos contuviera eternamente o aquellas palabras que detenidas en un papel tememos que vayan perdiendo el significado, son las que rediseñan el paisaje cotidiano.

Y aunque esos fragmentos de tiempo se licuen en la ferocidad de los años y se conviertan en simples postales en blanco y negro, siempre dejarán que percibamos el beso escondido detrás de esa lluvia de invierno, la mano extendida esperando recibirnos, los ojos rellenos de amor que aún nos miran desde algún lugar.

Hay encuentros que arrojan savia a las heridas, que nos devuelven un poco de eso que fuimos alguna vez y que no quisimos dejar de ser, que nos depositan en una esquina del pasado, en el barrio que nos vio crecer, y que nos obligan a pensar que de eso se trata todo, al fin de cuentas.

Son esos momentos que no arrastra el olvido aunque se esfuerce y que perduran aunque nuestra mente se resista.

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